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entado a la orilla del río astur Cares, descansando un poco del trajín de idas y venidas en pos de los peces, aprovechando que el sol menguaba y descubría un sin fin de colores y curvas, que más de las veces pasan desapercibidas ante la miradá divagante del pescador, ésta fue a posarse en el vuelo errático de un tipúlido. El invertebrado raseaba vacilante la mansa placa de agua, despistado como sin rumbo, hasta que una explosión en la superficie del agua lo hizo desaparecer. El repiqueteo incesante de nuestro pequeño amigo despertó la curiosidad del depredador dando lugar a lo que Darwin denominaba “selección natural”.

